Un día sombrío, en la costa de San Bartoloméu, varios
marineros se encontraban pescando cerca de la isla de Toralla. Llegó la hora
del descanso, cuando los marineros se dieron cuenta, les había aparecido un
chico cuyo rostro era apagado y daba sensación de tristeza, al cual nunca
habían visto.
El cocinero del barco en un amable gesto le acercó la vela
del barco para que se refugiara del frío.
Pasados diez minutos de lo sucedido, el patrón del barco
preguntó por el paradero de la vela.
El cocinero le contó lo ocurrido. El patrón del barco, casi
sin pensar, agarró el chico al palo. Cual sería su sorpresa cuando se fijan que
el velero navegaba más rápido que con la propia vela.
Una vez embarcados en la isla de San Bartoloméu, el chico
había desaparecido, como si fuera obra de una bruja.
Ya habían recogido todo, estaban camino de sus casas, y,
cansados de su larga jornada daban un agradable paseo por la playa, ya había
oscurecido, pero a pesar de eso, se estaba bien, no hacía frío pero tampoco
calor. Corría una suave brisa, agradable para algunos, de repente vieron algo
que les llamó mucho la atención, era el mismo misterioso chico de San Baroloméu.
Sin darle importancia volvieron a sus casas como si nada
hubiese ocurrido, ya que pensaban que podía haber sido obra del cansancio.
Pasados varios días, no les paraban de pasar unos curiosos
sucesos, como si un espíritu les poseyeran por momentos. Finalmente, después de
varios años, esos sucesos dejaron de ocurrirles.
Hoy en día solo sobrevive uno de los tantos marineros que
vivieron este suceso, que fue el que comunicó esta historia.
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