En una aldea apartada del Morrazo, tenían unas costumbres peculiares. Cuando una persona mayor se ponía enferma la llevaban a morir al monte. No querían tener un muerto en casa.
Cuando Andrés enfermó lo montaron en un burro y lo llevaron al monte a morir. Lo dejaron allí abandonado, sin ningún tipo de enser, ni comida.
Pasaron los años y el hijo de Andrés se hizo también mayor. Se llamaba como su padre. Ya que de aquella era costumbre que tu nombre pasase de generación en generación.
Sabía que se acercaba su hora. Y un buen día su hijo lo ayudó a montar en el burro. Los dos iban en silencio. Se dirigían hacia el monte, el mismo monte dónde años atrás el viejo había dejado morir a su padre.
A medida que se iban acercando, Andrés, que aun podía hablar se dirigió a su hijo y le dijo:
Aquí fue dónde años atrás dejé yo a mi padre. Por eso no me extraña que tú me traigas también aquí.
El hijo al escuchar estas palabras se detuvo y le dijo:
-¡Como! ¿Qué dice? .Me está diciendo que usted trajo a morir a mi abuelo también aquí… No puede ser… Esto quiere decir que dentro de unos años mis hijos me van a traer a mí aquí…
Enmudeció y permaneció en silencio un buen rato.
Después se dirigió a su padre y le dijo:
Esto tiene que cambiar. Yo no te puedo dejar aquí. Volvemos para casa.
Ayudó al padre a montar de nuevo en el burro y se dirigieron a casa.
Al llegar dijo:
- las cosas tienden a cambiar y mejorar.
-¡Lo que no quieras para ti no se lo hagas a nadie y yo quiero morir en mi cama!
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