En un pequeño barrio cuyo aroma destacado era el jazmín, unas hermosas plantas que crecían por los árboles, estos adornaban toda la zona y hacían más agradable y llevadero el paseo por allí, donde los niños y niñas jugaban desinteresadamente en los pequeños pero cuidados jardines de sus casa y los pajaritos daban a conocer sus armoniosos trineos.
Una bella y joven muchacha de ojos azules, color cielo, caminaba con serenidad, mientras su larga melena color avellana se movía con la brisa del viento.
Esa mujer pertenecía a una rica y perfecta familia, donde le cumplían todos los caprichos que tenía. Cuidaban de ella como si de una princesa se tratase, con la que cualquier hombre de clase alta querría casarse. Pero ella no tenía mucho interés en hacerlo. Quería encontrar a un hombre que despierte sus ansias, sus ganas de vivir como nunca, formar una gran familia y mudarse a un lugar alejado de todo el mundo, donde pudieran ser felices.
La dulce dama, un día conoció a un hombre, un joven y descuidado granjero. Se veían todos los días, y cada vez le gustaba más, le daba mucha seguridad, le gustaba que fuera tan simple y auténtico.
Se sentía tan libre, tan segura de sí misma, le hacía tan feliz, era su única preocupación en esos tiempos, sólo se imaginaba con él en un remoto futuro. Pero la suerte no le duró mucho, unos días después le llegó una inesperada y triste noticia. Sus padres querían casarla con el hijo de un duque de Inglaterra. La muchacha lloró, como nunca había llorado, lloró tanto que los pájaros dejaron dejaron de trinar, los niños se cansaron de jugar y los jazmines se pudrieron. Ya nada era ni sería como antes, todo era horrible para ella, no tenía ganas de nada, el era el único capaz de hacerla feliz, él era la luz al final del puente, el único que podía llenar el vacío que tenía dentro, sólo él.
Se mudaron juntos a una enorme mansión en un barrio de Boston, estaba muy deprimida, necesita verle, lo único que necesitaba era verle, sus enormes ojos castaños, que le transmitían tanta paz y tranquilidad.
No salía de la ventana, no sabía como salir a flote. Tuvo cinco hijos con ese hombre, a los que apenas les daba importancia, nada le importaba en aquellos momentos, nada conseguía llenarla. Pues ella no amaba a más que a ese granjero, dedicó su vida a mirar por aquella ventana, sabiendo que sería inútil, por que aquel joven nunca iría a salvarla de aquella infeliz estancia.
Un día vio pasar a su amado, en aquellos instantes volvió a vivir, ya que antes de su muerte sintió que su corazón volvía a latir.
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