lunes, 18 de junio de 2018

“O Tío Manuel e a Tía Xoana” Mario Rodríguez.

El tío Manuel  quería saber si su mujer lloraría y se apenaría el día de su muerte. Para él era sumamente  importante, porque pensaba que si lloraba por él significaba que lo amaba de verdad. Así que decidió averiguarlo.
 Habló con sus compañeros de trabajo y con sus compadres. Tenía todo planeado y decidió fingir su propia muerte.
Todo salió según lo programado. Avisaron al cura y prepararon el entierro.
La tía Juana, su mujer, lloraba, lloraba, lloraba sin consuelo. Y decía:
-¡Adiós, mi Manuel, adiós, mi amor!
Llévame contigo. Hazme un sitio.
 El velatorio fue un tormento. La pobre Tía Juana no paraba de llorar y de lamentarse. No tenía consuelo…
Mientras tanto el Tío Manuel escuchaba sus lamentos tumbado desde el interior de la caja.
Cuando los compadres levantaron la caja para llevarlo al cementerio, los gritos fueron en aumento. Las vecinas y familiares intentaban consolarla con besos y abrazos. Era un auténtico drama.
La comitiva iba andando hacia el cementerio. (De aquella se iba andando porque la gente era muy pobre y no había coches en el pueblo). Los compadres eran los que llevaban el ataúd al hombro. Y casi cuando estaban llegando al cementerio, pararon a descansar  bajo la sombra de un “carballo”. El Tío Manuel se agarró a una rama y salió riendo a carcajadas del ataúd. El experimento había dado el resultado esperado. Su mujer lo quería de verdad, no cabía duda de ello.
Al cabo de un año, el Tío Manuel murió de verdad y Tía Juana volvió a llorar.  Todo estaba sucediendo otra vez de nuevo. Pero cuando vio que se estaban acercando al cementerio… comenzó a  chillar desesperadamente y decía a gritos:
-¡Apartad la caja del “carballo”, qué no quiero que suceda lo mismo que el año pasado!

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