viernes, 1 de junio de 2018

1895, Laura Calvar.

Era 1895, recuerdo que tenía que hacer unha tarea muy importante. Y para eso, no podía estar
yo solo, necesitaba ayuda. Así que se me ocurrió ir a junto mi amiga Mona, la dueña de una
enorme casa en el Rosal. Allí siempre me acogían, y además me debía un favor.
Ella tenía más dinero que yo, claro está, no tendría ningún problema en prestarme un carro de
vacas y unos sirvientes. Ya se que parece un poco extraño, pero lo necesitaba. Tenía que ir a
junto mi amada, la Moura de la Paralaia. La conocí en la cueva un día de verano, pero
desapareciera.
Me preparé para salir de casa y me fui en busca de acción.
La entrada estaba cubierta de hierbas sin cortar y al rededor había un jardín del mismo modo
que las hierbas. Me pareció muy raro de Mona, pero no le di importancia.
Me atendieron sus sirvientes, pero me decían que Mona estaba ocupada. No me podía
mantener mucho tiempo callado, así que empecé a hablar con los sirvientes. Me definen como
amigable, desde pequeño siempre me gustó hablar y poder compartir ideas con desconocidos.
En mi casa no había mucha conversación, el sueldo no llegaba para poner una sonrisa en
nuestras caras.
Por fin me dijeron que podía ir a a hablar con mi amiga. Estaba sentada en el mismo sillón de
siempre, comiendo. Era un rasgo peculiar de ella, o no tanto. Saludé.
- ¿Que necesitas?- dijo entusiasmada.
- Un carro de vacas y unos cuantos sirvientes, es para una nueva aventura- respondí.
- Tu siempre con tus aventuras.
- Ya, bueno. ¿Los tienes?
- Para ti siempre.
- Oh, gracias.
Cuando ya me estaba llendo, me llamó:
- ¡Gabriel! – gritó.
- ¡Que! – me estaba poniendo muy nervioso, quería visitar ya a mi amada.
- ¿No me tienes que preguntar nada?- yo no me acordaba de nada. – amor, alegría,
fidelidad...
- Ah, si. ¿Que tal vas con Lucas?- pregunté sonriendo. Al ver mi cara se desilusionó.
- Muy bien. Se va a venir a vivir aquí.
- Me alegro por vosotros, de verdad – se estaba volviendo todo incómodo. Así que me
fui.
Me llevé a los sirvientes, fuimos todos en el carro. Mientras, yo pensaba en volver a ver a
Marta, mi amada.
Cuando llegamos, me asusté un poco por lo que podía pasar. ¿Y si no estaba?
Me hice el valiente delante de los sirvientes y entré a la cueva.
Los sirvientes se quedaron fuera, claro. Cuando llegué y vi a Maria se me partió el corazón.
Estaba atada a unas cuerdas, entre sollozos me dijo:
- Ayuda.
- Tranquila, te sacaré de aquí – respondí.
- Llévame al mar, allí me cuidaré.
Cuando salimos de la cueva, le dije a los sirvientes.
- Os importaría no mirar, llevo a un santo.
Fuimos a la playa de la Junquera. Por el camino hablamos de quien le había hecho eso. Ella
me dijo que había sido su antiguo novio y ya está.
Llegamos a la playa y nos sumergimos en el agua. Me impresionó que al tocarla podía respirar
perfectamente en el agua.
Pasamos un camino que me pareció mui largo. Al principio, solo miraba algas, pero pasados
unos minutos, Marta hizo un ruido raro y apareció un tren hecho de oro y dirigido por peces
globo.
Me indicó que subiera y subí. Después de un viaje más bien corto, llegamos a un palacio de
marmol.
Nos estaba esperando una pareja de mouros.
Nos recibieron y nos dieron una habitación. Le pregunté de que los conocía:
- ¿De que los conoces?
- Era amiga de la moura de Domaio. Ellos son sus padres.
- ¡¡¡Esto es un milagro!!! – grité.
- Ya
- Pero, en cuanto a lo de antes. ¿Conoces de verdad a quien te hizo daño o no?
- Hace muchos años, yo me enamoré de un chico llamado Fabio. Pero me decepcionó.
Aún así, el decía que todo era culpa mía. Así que, el otro día se vengó.
Nos fuimos a cenar con los padres de la moura de Domaio y les pregunté:
- ¿Podría madar un mesaje a una amiga?
- Claro, mañana hablaré con Rafael, mi sirviente.
- Muchas gracias.
Al día siguinte le mandé a Mona un paño rojo dándole las gracias.
Aunque, cuando después de que se lo mandara me di cuenta que era un peligro para la ciudad
acuática, ya que podría ser decubierta por algo. Decidí ir yo mismo a quitárselo.
Monté al carro de peces globo y me fui. Cuando llegué al palacio me sorprendí de no ver todo
lleno de agua.
- Hola Mona.
- ¡ Gabriel!
- ¿Que tal, te llegó mi paño?
- Siii, era súper bonito
- Gracias. Tu color favorito es el rojo.
- Vale, Gabriel, ya no aguanto más. – me asusté - te quiero, ¿vale?
No sabía que decir. Pero a la vez si que lo sabía, de sobra.
- La verdad es que yo también te quiero Mona. Te he querido desde siempre, o si no, por
que piensas que te había pedidio a ti el favor. ¡¡¡¡¡Te quiero muchísimo!!!!!
- Gracias, amor. Yo siempre te quise, desde la escuela.
- Estoy de broma.
- Y yo.
- Jajajajaja – nos reimos los dos.
- Con el tema arranjado, me voy. Que te vaya muy bien en la vida.
- Chao, igualmente.
(10 años después, Marta murió y Gabriel se casó con Mona. La llevó a la ciudad acuática y
vivieron felices con los peces globo).

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