Había una vez, hace muchos
años, en un lugar llamado Chapela, quedaron sin tierras en las cuales podían
cultivar, entonces, decidieron ir hacia un pueblo, el cual estaba despoblado y,
aún, no tenía nombre.
Un día, ya tomada la
decisión de marcharse de Chapela, los vecinos cogieron todas sus cosas, las
metieron en bolsas y empezaron su marcha a ese sitio que estaba en frente de su
pueblo originario, debían cruzar la ría.
- ¿Y ahora que haremos para
llegar? - decían.
- Tenemos que pensar algo –
dijo Carmen, una de las vecinas.
No sabían cómo hacerlo, si
nadaban, se mojarían todas sus cosas, si no lo hacían, no podrían llegar. Así
que cogieron varias tablas de madera, pusieron todo allí, las envolvieron con
bolsas de plástico y las llevaron hasta la orilla del mar. Una vez habían
puesto todo en condiciones, empezaron a nadar hacia su nuevo pueblo.
Fue un recorrido corto,
aunque a los vecinos de Chapela, les pareció una eternidad, ya que estaban muy
cansados de nadar, sin pausa.
-
No puedo más – dijo José.
-
Venga, ánimo! Ya queda muy
poco – le contestó su mujer, María.
Unos quince minutos
después, llegaron al que sería su destino y, probablemente, su hogar durante el
resto de su vida.
-
Esto está lleno de tierras
en las que podemos cultivar – dijeron Luis y Sonia al unísono.
-
Es cierto, y allí podremos
construir las que serán nuestras casas! – dijo Antonio.
-
Pues yo quiero las tierras
que estén más cerca de la orilla – gritó Azucena.
-
No empecemos a desvariar!
Hay cosas más importantes que hacer ahora mismo – dijo Antonio.
La vida en ese pueblo iba
bastante bien, pero, empezaron a surgir problemas con los cultivos, que
preocuparon bastante a los actuales habitantes de allí.
-
Mis cultivos son muy
escasos, apenas nos llegan para sobrevivir – dijo María.
-
Me pasa exactamente lo
mismo y, de los cultivos que consigo con más abundancia, muchos están en mal
estado y no los podemos comer – dijo Luis.
-
He estado investigando, y
descubrí que se debe al alto grado de salinidad del mar – explicó Antonio.
-
Pues no sé qué podemos
hacer para que nuestras cosechas sean mejores y más abundantes – dijo Sonia.
Pasaron unas semanas
bastante preocupados, ya se habían acomodado a la vida allí y ahora no sabían
qué hacer para solucionar ese gran problema. Hasta que un día, a una de las
vecinas, se le ocurrió una maravillosa idea.
-
Después de darle muchas
vueltas, he descubierto que lo que debemos hacer es adomainar la tierra, es decir, echar residuos orgánicos y trabajar
mucho la tierra, así conseguiremos solucionar todo esto – explicó María.
-
La verdad que creo que con
este método podremos solucionar el problema – dijo Antonio, que era un hombre
muy inteligente.
Y, de este modo, surgió el nombre de ese pueblo, que se acabó llamando Domaio, todo referido al método de
cultivo que debían usar los antiguos habitantes del pueblo.
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