viernes, 1 de junio de 2018

Domaio. Xoana García.


Había una vez, hace muchos años, en un lugar llamado Chapela, quedaron sin tierras en las cuales podían cultivar, entonces, decidieron ir hacia un pueblo, el cual estaba despoblado y, aún, no tenía nombre.

Un día, ya tomada la decisión de marcharse de Chapela, los vecinos cogieron todas sus cosas, las metieron en bolsas y empezaron su marcha a ese sitio que estaba en frente de su pueblo originario, debían cruzar la ría.
- ¿Y ahora que haremos para llegar? - decían.
- Tenemos que pensar algo – dijo Carmen, una de las vecinas.

No sabían cómo hacerlo, si nadaban, se mojarían todas sus cosas, si no lo hacían, no podrían llegar. Así que cogieron varias tablas de madera, pusieron todo allí, las envolvieron con bolsas de plástico y las llevaron hasta la orilla del mar. Una vez habían puesto todo en condiciones, empezaron a nadar hacia su nuevo pueblo.

Fue un recorrido corto, aunque a los vecinos de Chapela, les pareció una eternidad, ya que estaban muy cansados de nadar, sin pausa.
-          No puedo más – dijo José.
-          Venga, ánimo! Ya queda muy poco – le contestó su mujer, María.

Unos quince minutos después, llegaron al que sería su destino y, probablemente, su hogar durante el resto de su vida.
-          Esto está lleno de tierras en las que podemos cultivar – dijeron Luis y Sonia al unísono.
-          Es cierto, y allí podremos construir las que serán nuestras casas! – dijo Antonio.
-          Pues yo quiero las tierras que estén más cerca de la orilla – gritó Azucena.
-          No empecemos a desvariar! Hay cosas más importantes que hacer ahora mismo – dijo Antonio.

La vida en ese pueblo iba bastante bien, pero, empezaron a surgir problemas con los cultivos, que preocuparon bastante a los actuales habitantes de allí.
-          Mis cultivos son muy escasos, apenas nos llegan para sobrevivir – dijo María.
-          Me pasa exactamente lo mismo y, de los cultivos que consigo con más abundancia, muchos están en mal estado y no los podemos comer – dijo Luis.
-          He estado investigando, y descubrí que se debe al alto grado de salinidad del mar – explicó Antonio.
-          Pues no sé qué podemos hacer para que nuestras cosechas sean mejores y más abundantes – dijo Sonia.

Pasaron unas semanas bastante preocupados, ya se habían acomodado a la vida allí y ahora no sabían qué hacer para solucionar ese gran problema. Hasta que un día, a una de las vecinas, se le ocurrió una maravillosa idea.
-          Después de darle muchas vueltas, he descubierto que lo que debemos hacer es adomainar la tierra, es decir, echar residuos orgánicos y trabajar mucho la tierra, así conseguiremos solucionar todo esto – explicó María.
-          La verdad que creo que con este método podremos solucionar el problema – dijo Antonio, que era un hombre muy inteligente.

Y, de este modo, surgió el nombre de ese pueblo, que se acabó llamando Domaio, todo referido al método de cultivo que debían usar los antiguos habitantes del pueblo.


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