viernes, 1 de junio de 2018

San Martiño (Monte da Pena) Xoana García


Había una vez, hace muchos, muchos años, llegaron a Moaña unos nuevos habitantes, provenientes de los pueblos de enfrente del Morrazo. Venían sin nada, simplemente un poco de comida y la ropa que traían puesta. Excepto uno, que estaba cargado, traía muchas cosas.
- Con tantas cosas que traes, casi no cogemos todos aquí – dijo Carmen.
- Son necesarias en mi vida, no puedo evitarlo – dijo Felipe, que era el hombre que más cargado venía.

Llegaron a la orilla de la playa y bajaron todos de la pequeña embarcación en la que venían, empezaron a caminar por el pueblo al que habían llegado, llamado Moaña. Iban todos caminando juntos, siguiendo la misma dirección, menos Felipe. Él, cogió todo y se desvió por otro camino, él solo, empezó a subir hacia el monte, poco a poco.
- ¡Madre mía! Que cansado estoy, ya puede valer la pena todo el recorrido – dijo Felipe para él mismo.

Después de dos horas caminando sin parar, llegó a un monte en el que había un castillo. Tenía el puente levadizo bajado y Felipe, decidió entrar.

Cuando llegó al interior del castillo, se encontró a la mujer más guapa que había visto nunca y se quedó parado mirándola descaradamente. Era la reina, pero eso Felipe no lo sabía. Se acercó a ella y le preguntó:
- ¿Que hace una mujer tan guapa como usted aquí sola? - le preguntó Felipe a la reina, llamada Lucía.
- Mi marido y los soldados acaban de salir del castillo, se han dejado el puente levadizo abierto y yo no quería ir sola a cerrarlo – dijo Lucía.
- Pues no se quede sola aquí, venga conmigo a recorrer todas estas tierras, enséñeme esto, no conozco nada – le dijo Felipe a Lucía.
- No sé si debería hacerlo, me dijeron que no saliese de aquí con ningún desconocido – contestó la reina.
- Venga, no se arrepentirá – le dijo Felipe.

La reina se levantó de su trono y con el precioso vestido que llevaba puesto, salió del castillo con Felipe.
- ¿A dónde me vas a llevar? - le preguntó Lucía.
- Iremos a dar un paseo por el monte, parece muy bonito – respondió Felipe.

Empezaron a caminar, sin mucho rumbo aparentemente, pero los dos iban entretenidos mirando el paisaje. Felipe iba pensando en la verdadera belleza de Lucía y comenzó a crear un plan.
- Venga por aquí – le dijo a Lucía, llevándola hacia una zona oscura llena de árboles.
- ¿Seguro? - no parece un lugar seguro.
- Usted hágame caso y venga ya – contestó Felipe.

Felipe se paró en seco y abrió el saco en el que tantas cosas llevaba, y le dijo a la reina:
- ¿Por las buenas o por las malas? - dijo el hombre.
- ¿Qué? ¿De que estás hablando? - respondió Lucía, muy asustada.

Felipe sacó una cuerda del saco, y le ató los pies a la reina.
- ¿Pero que haces, te estás volviendo loco? - le dijo Lucía al hombre.
- A partir de hoy, eres mía – contestó Felipe.

La reina, ya muy asustada, no dijo nada más, se sentó a los pies de un árbol y empezó a llorar.

Tras pasar unos cuantos días allí, el hombre, ya desesperado por los llantos, sin cesar, de la reina, empezó a recoger las cosas, para marcharse de allí.
-          ¿Me vas a abandonar? – preguntó Lucía, llorando.
-          No puedo más, eres muy bella, pero tus llantos son estridentes – respondió Felipe.
Una vez tuvo todo recogido, lo cogió y huyó corriendo de aquel lugar.

Dos semanas después, los soldados, encontraron allí a la reina Lucía, atada al árbol. Había muerto, y todo por culpa de la pena.
-          ¡Ha muerto de pena! Hemos tardado mucho en encontrarla, dijo el jefe del grupo.
-          Su marido nos va a matar – contestó uno de los soldados.

Y así, de esta manera tan triste, le pusieron el nombre a este monte. Monte da Pena, desde aquel día y, probablemente, para el resto de nuestras vidas.


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