Hace unos cincuenta años, había un río llamado Río
da Fraga, en Moaña. Era un río bastante transitado y, a sus orillas, había
muchos molinos.
Los habitantes de Moaña que tenían molinos allí,
iban continuamente a la zona, para hacer la harina y tener el molino en
condiciones. Pero, un día, empezaron a suceder cosas muy extrañas. Desparecían
utensilios de los molinos, sacos de harina, tablas de madera... Los vecinos,
empezaron a preocuparse. Allí, estaba pasando algo muy raro.
A pesar de todo esto, los dueños de los molinos
seguían yendo allí, tenían que hacer sus labores y no podían abandonarlas
porque estuviese sucediendo algo extraño. Pero, llegó a un punto en el que se
cansaron de que les desapareciesen las cosas, y empezaron a idear un plan.
- Esta noche, mi mujer y yo, nos quedaremos
dentro de nuestro molino, y vigilaremos a ver que pasa fuera – dijo Juan.
- Yo estoy de acuerdo, si esta noche no
descubrís nada, mañana, me quedaré yo con mi primo – contestó Pedro.
Cuando llegaron las ocho de la tarde, todos
comenzaron a irse, y Juan y Sandra, su mujer, se empezaron a acomodar en el
molino. Les quedaba una larga noche.
- Espero que descubramos algo, ¡esto no puede
seguir así! - dijo Sandra.
- Tómatelo con calma – respondió Juan.
Llevaban unas dos horas allí, cuando comenzaron
a escuchar ruidos extraños. Juan se acercó a una pequeña ventana que tenía el
molino y se puso a observar todo, detenidamente. De repente, a lo lejos, vió
como llegaban un grupo de ladrones.
- Sandra, ¡mira esto! – le dijo Juan a su mujer.
- ¡Dios mío! ¿Qué podemos hacer? –preguntó
Sandra.
- Yo creo que lo mejor es que hoy los dejemos
escapar y, mañana, pasar la noche aquí, todos juntos, y así podremos
detenerlos. Tú y yo solos, no seremos capaces – respondió Juan.
- Me parece una buena idea – dijo su mujer.
Durmieron allí, bastante nerviosos por lo que
pudiese pasar, pero, de todos modos, felices por haber descubierto que estaba
pasando.
A la mañana siguiente, cuando llegaron el resto
de dueños de los molinos, Juan y Sandra, les empezaron a explicar todo.
-
Aparecieron como un grupo
de seis o siete y empezaron a rebuscar en el molino de Pedro y también en el de
Lola, pero creemos que no se llevaron nada – comentó Sandra.
-
Decidimos que hoy podríamos
quedar aquí todos y así, conseguiríamos detenerlos. Ayer, entre Sandra y yo, no
íbamos a ser capaces y, por eso, tuvimos esta idea.
-
A mí, la verdad, me parece
muy buena idea – dijo Pedro.
-
Lo mismo digo – contestó
Lola.
-
Pues esta misma noche lo
haremos – dijo Juan, dando por finalizada la conversación.
Se pasaron el día por allí, excepto Juan y
Sandra, que se fueron unas dos horas a su casa, para poder descansar y hacer
las tareas. A eso de las cuatro de la tarde, volvieron a los molinos, y
comenzaron a organizarse, para pasar la noche allí.
-
Dormiremos todos juntos en
mi molino – comentó Pedro.
-
¡Vale! Así, cuando lleguen
los ladrones saldremos todos y les podremos dar un buen susto.
Llegadas las diez de la noche, se metieron
dentro del molino y, mientras Lola, Sandra y María vigilaban por las pequeñas
ventanas, Pedro, Juan y José pensaban que les harían a los ladrones.
Eran las doce cuando aparecieron allí, esta
noche, solo eran cuatro. Cuando se disponían a empezar a robar, salieron todos
del molino y agarrándolos les dijeron.
-
Vivimos de esto y,
vosotros, nos estáis arruinando, así que más os vale no volver por aquí – dijo
Pedro.
Se quedaron mirándolos y, en cuanto se
despistaron un poco, entre Pedro, José, María y Lola, les dieron un empujón, y
cayeron de cabeza al río.
-
¡Qué os vaya bien! – gritó
Juan.
-
Por fin podremos vivir
tranquilos- dijo Sandra.
Y de esta manera, todos se quedaron contentos,
empezaron a vivir mucho más tranquilos y a esta zona, ya le quedará siempre el
nombre de río dos Ladróns.
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