Érase una
vez un niño que como tarea diaria tenía que llevar las ovejas de su familia a
pastar al monte. Todos los días llevaba su comida y un trozo de pan y al
mediodía se sentaba siempre en la misma piedra a la sombra para comer. Para
pasar el rato se distraía levantando piedras de pequeño tamaño. Un día cuando
se estaba tomando su trozo de pan levantó una piedra y se encontró una pequeña
serpiente, a la cual le empezó
a dar
trocitos de miga de su pan. Día tras día, al mediodía, repetía la misma acción,
afianzando su amistad con la serpiente. Con el paso de los años el niño y la
serpiente fueron creciendo juntos, convirtiéndose ésta en su mascota.
Llegó el día
en que el niño se convirtió en hombre y se tuvo que marchar al servicio
militar. Cuando regresó a su casa y retomó su tarea diaria se dirigió al monte
con su trozo de pan. Una vez allí, se reencontraron y fue tan grande la alegría
de la mascota de verlo de nuevo que lo abrazó con tanto ímpetu que lo ahogó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario