miércoles, 23 de mayo de 2018

Monte Paralaia. Paula Maquieira.

En un monte de Galicia, que está en la provincia de Pontevedra. El monte de A Paralaia está plagado de tesoros y de encantos, de moras y moros que aparecen y desaparecen, de piedras con pilas que se llenan y se vacían con la marea.
El rey Pobreza tiene dos hijas. Ellas un día fueron vistas por un joven, el mozo que les quiso hacer el favor de desencantarlas se asustó cuando se transformaron en dos serpientes enormes. Las moras le dijeron que nadie podía desencabtarlas que sólo lo perdonarían si va a su cueva, el se niega y les piden disculpas pero las moras le dicen que si va tendrá cantidades de dinero para el solo. 
Cuando se transformaron en serpiente pasaba por allí una pareja de adolescentes. Los testigos  las describen de dos metros de altura. 
El joven dice que si que irá a la cueva al oír que puede ser rico. 
Las moras desaparecen. 
Para hacerse rico, hay que entrar en ella a las doce de la noche de San Juan.El joven después del susto y de aberiguar que podía hacerse rico decide ir a por el dinero.El joven ese mismo día se prepara para ir a la cueva. 
A las 12 de la noche se mete en la cueva después de estar caminando durante horas.
Cuando entra, a los pocos minutos se encuentra una vieja mora con su manto de oro.La vieja le dice porque debería darle el dinero y el le dice que los necesita y la vieja se lo da.
Esa misma noche, encuentra a una princesa mora que también puede dar tesoro.Le pregunta para que quiere tanto dinero y el le dice que lo necesita.
La princesa mora también se lo da y el muchacho encantado de ser rico. Pero la princesa le dice que si se queda el dinero no podrá salir de la cueva. El joven decide quedarse a vivir allí. Lo que el muchacho no sabía era que tendría que hacer todo lo que las moras le mandasen.
El joven al día siguiente dice que prefiere seguir siendo pobre y vivir fuera de esa cueva, pero las moras le dicen que ya es demasiado tarde y que vivirá para siempre en la cueva. Nunca se volvió a saber de ese joven. Y nadie nunca más volvió a ver a las preciosas moras. 

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