Érase una vez un niño que vivía en el municipio moañés de Domaio. Vivía muy cerca del colegio de Domaio, donde estudiaba. Un día, al salir de entrenar, vio una chica de la que se enamoró, pero cuando le contó a sus padres que le gustaba aquella chica estos le dijeron que no podía estar con ella. No obstante, la chica también entrenaba después de clase en el pabellón de Domaio. El niño iba solo hasta el colegio de Domaio y volvía a casa cuando terminaba el entrenamiento de fútbol.
Al día siguiente, antes de entrar en clase, el niño estaba jugando al fútbol en el patio del colegio con sus amigos, y… ¡volvió a aparecer la chica! El niño le dijo que le dejara jugar tranquilo, pero la chica ni se inmutó y le dijo que jugara con ella al baloncesto dentro del pabellón. Aceptó, pero porque entrenaba allí todos los días. Mientras jugaban, la chica le preguntó al niño si le gustaba, y él le contestó que era ella la que se había enamorado de él. Al salir de clase, se dirigieron a un sitio extraño para el niño. Nunca había ido allí. Y cuando llegaron la chica le dijo que iban a pasar allí la tarde. Cuando llegó la noche se estaban preparando para marcharse, pero cuando salían un ser mitológico que vivía allí empezó a perseguirlos. Corrieron, corrieron y corrieron hasta que se cansaron. Aquel día aprendieron una lección: no se puede entrar al lugar de descanso de un ser mitológico gallego porque empezará a perseguirte.
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