miércoles, 23 de mayo de 2018

EL MOURO Y LA COBRA. Noa Martínez.

    Había una vez, en el monte de A Paralaia, una cueva tenebrosa y oscura en la que nadie se atrevía a entrar, pero nació una niña con los ojos abiertos que era diferente. Esta niña era más valiente inteligente y veloz que cualquier niño del poblado. Con sus grandes ojos verdes observaba todo cuanto había a su alrededor, analizado cada detalle. Era realmente maravillosa, era fuerte y astuta, tocaba varios instrumentos, tenía una voz dulce y bailaba como si sus pies pensaran por sí solos.
    Todos los días exploraba los alrededores y cuando tuvo edad suficiente sus padres la dejaron subir al monte. Un día se entretuvo examinando unas flores mientras recogía en un saco madera y plantas medicinales y se desvió del camino. Encontró una cueva, pero se estaba acercando la hora de comer y tenía que volver a casa para que sus padres no se preocuparan, aunque confiaban en ella, nunca había faltado a una comida. Aún así temía que al día siguiente no encontrara la cueva de nuevo, así que entró con el saco a cuestas.
    Lo que encontró la desconcertó bastante, una cobra negra se alzaba frente a ella, siseando algo que extrañamente comprendió. Le decía que si quería el tesoro tenía que hacer todo lo que él le mandara. La cobra, que en realidad era un moro, le ordenó que le metiera en el saco junto a las cosas que había recogido. La chica, obediente aunque sorprendida, lo metió en el saco y lo cerró con la cuerda. A continuación el moro le pidió que lo llevara hasta unos arbustos no muy lejos de allí para alimentarse de unas bayas que allí había, y la chica, ágil como siempre, no tardó ni cinco minutos en encontrar el lugar.
    Tras varias órdenes que a la muchacha le parecieron sencillas el moro le pidió que lo devolviera a la cueva y una vez allí, recuperó su forma “humana”, vació el saco de la chica y lo llenó de monedas de oro.
    La joven volvió triunfante al poblado, y ante unos padres preocupados dió la noticia y repartió el botín entre todos los campesinos. El poblado nunca más volvió a pasar hambre y poco a poco se transformó en una poderosa y visitada ciudad que tenía como alcaldesa a la inteligente chica.

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