En 1895 un hombre fue al Rosal, una ciudad de Moaña. Fue para
hablar sobre la moura de la Paralaia. Quería cogerla, por eso le pidió a la
Mona que le diera unas cuantas vacas para la acción. La Mona era dueña de una
grande casa. Pero como a la Mona le
parecía poco le ayudó dándole unos sirvientes. Ellos fueron los que contaron la
historia a sus conocidos. Contaron que les pidió que se quedaran fuera de la
cueva porque no quería que ellos entraran con él. Pero después de un tiempo,
empezó a llover y a hacer mal tiempo. Cuando por fin salió de la cueva, salió
con algo en los brazos, pero no se sabía lo que era. Según parece, él dijo que
era un santo. La metió en el carro de la Mona y la llevó a la playa de la
Junquera, también en Moaña. Después se fueron los dos por el agua. Aunque ya
pasara un año, la Mona recibió una sorpresa, era del hombre. Era un paquete con
un paño de seda rojo dentro, donde le daba las gracias. Ella lo puso en un
árbol pero al día siguiente desapareció.

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