miércoles, 23 de mayo de 2018

A pena do Outeiro. Mario Corral.


Como muchas personas saben, durante la Edad Media acusaban a muchísima gente de brujería. Estas acusaciones nunca eran ciertas, pero, ¿Qué pasa si alguna lo fuese?
Aproximadamente en el siglo XIV, hace unos setecientos años, acababan de condenar a morir en la hoguera a cuatro mujeres acusadas de brujería. Sus nombres eran Veremunda, Marian, Amice y Leonilda. Como líder del grupo estaba Veremunda, esto era debido a que era la más veterana y diestra utilizando la magia.
El día en el que se iba a llevar a cabo la incineración pública ya había llegado, pero ellas no estaban dispuestas a morir de una forma tan humillante, así que, momentos antes de que los verdugos viniesen a buscarlas, se las arreglaron para conseguir escapar de la prisión ayudándose de la magia.
Cinco minutos después se encontraban dándose a la fuga por los estrechos callejones de la ciudad mientras eran buscados por todas partes por los guardias reales. Después de media hora de persecución por las laberínticas calles de la ciudad, las brujas consiguieron escapar sanas y salvas.
Después de todo esto no podían ni plantearse volver a la ciudad, así que decidieron pasar unos días vagando por los bosques de los alrededores, en busca de algún lugar en el que pudiesen instalarse sin ser encontradas por las furiosas gentes del pueblo.
Después de tres largos días viajando alrededor de aquel pueblo, del que habían tenido que escapar por su condición, encontraron el lugar perfecto. Se trataba de una roca ubicada en el monte llamado Outeiro, estaba totalmente hueca por dentro y era suficientemente espaciosa para que pudiesen instalarse todas.
Después de dos semanas ya tenían la roca completamente equipada: habitaciones por parejas, cocina, salón, cuarto de baño y lo más importante, una sala especialmente equipada para poder practicar sus conjuros y crear pócimas.
El inconveniente era que no podían salir de allí, ya que corrían el riesgo de ser vistas por alguno de los habitantes del pueblo. Los primeros años soportaban bastante bien esto, ya que dentro de la roca tenían todo lo necesario para practicar magia y entretenerse en los ratos libres. Pero llegó un día en el que se hartaron, así que decidieron idear un conjuro para poder salir al menos un día al año. Una vez listo debían decidir cuál sería ese día. Después de debatir bastante, decidieron que debía ser el día de la fiesta de San Juan.
Y así es como todos los años desde el siglo XIV, las brujas de Moaña salen a la calle sin ser vistas durante la noche de San Juan.

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